Erase esta vez, en un lejano reino que
nadie sabe dónde está, un príncipe cuya familia descendía de,
nada más y nada menos, la mismísima Blancanieves. Él era su nieto
lejano, muchas generaciones habían pasado desde que la hermosa Reina
Blancanieves viviese en aquel reino. Sin embargo, sus sucesores
habían reinado de forma honesta y justa y eso había hecho que el
lugar fuera próspero, harmonioso y el respeto reinase entre todos.
El joven príncipe, se dedicaba a la
orfebrería como pasatiempo, pues era gran amante de la belleza que
residía en el delicado e intrincado proceso de crear hermosas joyas
para hermosas jóvenes. Siempre estaba diseñando gargantillas,
colgantes, pendientes, pulseras... Anillos era lo único que no hacía
con frecuencia. Sólo encargos muy, muy especiales. Pero desde hacía
tiempo se le veía trabajando en uno, siempre muy concentrado y con
mucha delicadeza. Era, de hecho, un anillo muy especial: Era el
anillo con el que Blancanieves fue pedida en matrimonio por el
príncipe. El anillo consistía en una pequeña rosa blanca hecha de
tela, en cuyo corazón reposaba un diamante, y esta estaba sujeta por
tres arandelas de plata pura. Esto era lo que el príncipe arreglaba
con tanto esmero, pues la chica a la que quería proponer matrimonio,
tenía las manos pequeñas y finas, delicadas. Así que se estaba
esmerando mucho en adaptar el anillo al tamaño de los pequeños y
delgados dedos de ella.
La muchacha no era noble o de la
realeza. Era una chica humilde que trabajaba en el castillo de sus
padres. Los Reyes sabían de los sentimientos de su hijo por esta
chica, y no se opusieron a ello, puesto que sabían que la muchachita
era una muchacha leal, fiel y amorosa, e intuían que ella también
estaba enamorada del Príncipe sincera y desinteresadamente. Además,
en aquel lejano lugar, no era obligatorio que la nobleza se casase
con la nobleza, siempre que el amor que se profesara la pareja fuera
sincero y puro.
Un día que el Príncipe se hallaba
enfrascado en el arreglo del anillo de su antecesora, la joven
muchacha pasó por su pequeño taller, que estaba al aire libre, por
la parte trasera del castillo. La joven marchaba a sus quehaceres
cerca de los bosques, pues debía buscar flores silvestres para
decorar las mesas y algunas estancias de palacio.
-¡Eh! Espera, Cordelia. -La llamó el
Príncipe, que fue tras ella y la tomó del brazo con suavidad.
-¿Qué desea, alteza? -Inquirió la
muchacha, dedicándole una reverencia.
-¿Podrías probarte esto, por favor?
-Dijo tendiéndole con cuidado y mimo el anillo. Ella miró la joya y
sonrió. Sólo la había visto en su mente, imaginándola por
descripciones que le habían hecho, pero ahora que la veía frente a
ella, se sorprendió pues era más hermosa de lo que imaginaba.
-¿Yo? ¿Está seguro, majestad?
-Preguntó sin terminar de creer que el Príncipe quisiera que ella
se probase tal joya en sus indignas y campesinas manos.
-Sí, tú. -Replicó él con una amplia
y cálida sonrisa. Sabía que ella no sospechaba nada de la sorpresa
que le quería dar y adoraba la inocencia y dulzura de Cordelia en
ese sentido, pues estaba seguro de que ni siquiera se le pasó por la
cabeza que él estuviera modificando el anillo para ella.
-Como deseéis, Príncipe. -Dijo la
joven quien, con delicadeza, extendió los dedos de su mano izquierda
para que su amado pudiera probarle el anillo. El Príncipe deslizó
la preciosa joya por el anular izquierdo de la joven que lo miraba en
silencio, fascinada por la belleza de la sencilla pieza, la cual
resultó quedarle perfecta. La muchacha alzó entonces la mirada
hacia él y sonrió. -Espero que la talla de la futura Princesa
coincida con la mía. -Dijo. -Estoy segura de que le gustará
muchísimo esta herencia familiar, alteza.
-Sí... Le quedará como un guante.
-Dijo él, sonriendo contento al ver que encajaba a la perfección.
En ese momento, alguien llamó al príncipe, que justamente debía
entregar un anillo reparado a un cliente. Fue tal la prisa con la que
marchó, que pareció no darse cuenta de que Cordelia continuaba con
el anillo puesto. Ella intentó detenerle, pero fue tan rápido que
no le dio tiempo. Suspiró sonriendo para sí. Algo que le gustaba
mucho de él era su espontaneidad. Contempló de nuevo su zurda y se
deleitó un instante en la pequeña joya que rodeaba su anular
izquierdo. Se dirigió al pequeño cuarto donde el Príncipe guardaba
sus herramientas que daba a su vez a una pequeña sala de té para
las más jóvenes empleadas de palacio.
Una vez allí, Cordelia se quitó el
anillo con sumo cuidado, lentamente. Y en esa delicada tarea estaba
cuando otra de las muchachas de palacio la vio. Miró con envidia el
anillo, aunque Cordelia no se percató. Luego sonrió ladina y tendió
la mano.
-La Reina me ha pedido el anillo. -Dijo
con falsa dulzura. - Me ha enviado a pedírselo al Príncipe.
-Añadió. Esta chica siempre había sentido envidia de Cordelia y de
su relación con el Príncipe, puesto que también estaba enamorada
de él. Pero en esta ocasión vio la oportunidad perfecta para lograr
ser la Princesa y abandonar al fin aquella vida de servidumbre.
Cuando Cordelia le entregó el anillo,
lo miró con avidez y luego, con una ladina sonrisa, lo dejó,
descaradamente, debajo de un sencillo tapete de encaje que había
sobre una mesita cercana a la puerta. A nuestra protagonista le
extrañó el gesto, que no le pasó desapercibido, pero al fijarse en
las manos de su compañera, se dio cuenta de que eran muy parecidas,
así que pensó que quizás no quería que otra llevase su futuro
anillo de compromiso y boda. Sin más, lo dejó estar y se retiró a
seguir con sus quehaceres.
Entonces, Debby, que así se llamaba la
envidiosa doncella, tomó el anillo entre sus manos, sonrió con
malicia y se lo probó. Le quedaba algo ajustado, pero le dio igual,
aquella era su oportunidad, era su momento y no dudó en
aprovecharlo. No tardó en recorrer el castillo, con la joya familiar
puesta, diciendo a todos que el Príncipe acababa de proponerle ser
su esposa. A todos sorprendió la noticia, sobre todo a sus
Majestades, sin embargo, no pusieron en duda la palabra de la joven,
pues no tenían motivos para dudar de ella.
Así pues, los preparativos para la
inminente boda empezaron. Como los Reyes sabían de las intenciones
de su hijo de pedir en matrimonio a alguien, ya llevaban tiempo
organizando todo, así pues, sólo faltaban los últimos preparativos
para que la boda pudiera llevarse a cabo esa misma noche, la
siguiente a más tardar.
Bebby rápidamente conoció al resto de
la Familia Real: Los abuelos y las tía-abuelas del Príncipe. Todos
estaban encantados con ella: La veían educada, dulce y tranquila,
luciendo con orgullo la Joya Real en su dedo, mas nadie imaginaba que
todo aquello era pura fachada, que era todo fingido, pues ella,
aunque enamorada del Príncipe, estaba más enamorada del poder. Pero
nadie sabía esto, así pues, todos la aceptaron en seguida, aunque a
todos sorprendió puesto que pensaban que era otra joven la
destinataria del amor del Heredero al Trono.
Cuando el Príncipe lo descubrió todo,
horas antes de la boda, intentó detenerlo y lo único que consiguió
es que una de sus tía-abuelas casi le castigara a varazos, como
antaño se solía hacer. No obstante, sus padres creyeron en sus
palabras y decidieron tomar cartas en el asunto, ya que, por suerte,
aún no era tarde.
Al atardecer los novios se preparaban
para las nupcias y el Rey solicitó el anillo, puesto que el Príncipe
debía ponerlo de nuevo en el anillo de la novia durante la
ceremonia. Debby se lo entregó sin dudarlo un instante, para luego
ser ayudada por Cordelia y la Reina a vestirse y peinarse para el
enlace. Por otro lado, el Rey ayudaría al Príncipe, mas no sólo a
prepararse, sino también a que la ceremonia fuera con Cordelia como
futura esposa y no con Debby. Ellos habían tomado la precaución de
preparar un segundo vestido de novia para Cordelia, aunque ella no
sabía nada, inocente como era, seguía creyendo que Debby era la
afortunada joven que había ganado el corazón del Príncipe.
Cuando todo estuvo listo Debby fue
conducida al Altar junto al Príncipe, quien, antes de empezar la
ceremonia, destapó la mentira de la joven, condenándola a trabajos
forzados por su mentira y deslealtad. Mientras tanto, la Reina
condujo a Cordelia a la salita del té para que se pudiera vestir con
el que, en su día, fuera su vestido de novia.
-Pero... Majestad... Debby ya se ha
puesto el vestido, yo no tengo ninguno y... El Príncipe no me ha
elegido como su esposa, nunca me ha dicho nada. -Decía la inocente
muchachita.
-Cordelia... ¿No te diste cuenta de
que el anillo encajaba perfectamente en tu dedo? -Miró a la doncella
sonriendo ante el sonrojo de la joven al asentir. -Y por el
vestido... -No terminó la frase pues, al abrir la puerta, pudo ver
sobre una de las sillas el maravilloso vestido blanco que habría de
llevar. -Date prisa, no queremos hacer esperar a tu futuro esposo,
¿verdad?
Ante esas palabras de la Reina,
Cordelia se ruborizó nuevamente, pero asintió y comenzó a vestirse
con la ayuda de la que sería, en unas horas, su suegra. Sin embargo,
y para no llamar demasiado la atención, sobre el vestido llevó un
largo abrigo de lana blanco y verde, que la protegía del frío al
tiempo que protegía el vestido en parte de cualquier percance.
Para cuando ella y la Reina llegaron al
lugar del enlace, Debby corría gritando enfurecida por la
humillación a la que la habían sometido, y al ver a Cordelia,
comenzó a perseguirla, acusándola de haber mentido y exigiéndole
que le devolviera el Anillo Real. Cordelia dio gracias por haberse
puesto el abrigo y comenzó a correr, huyendo de la ira de Debby, con
cuidado de no ensuciar ni romper el traje que la Reina le había
concedido en préstamo. Los invitados, al ver lo que ocurría y al
saber la verdad sobre Debby y sus despreciables mentiras, comenzaron
a correr para apresarla y ayudar así a Cordelia, y fue gracias a
esto que no tardaron en encarcelar a la deleznable joven, dejando vía
libre para el enlace entre Cordelia y el Príncipe. Enlace marcado
por lo divertido que fue que Cordelia se casara con el abrigo blanco
y verde de lana puesto, pues con los nervios por lo sucedido, no se
había dado cuenta de quitárselo siquiera.
Tras la hermosa y emotiva ceremonia, la
familia, incluyendo ahora a Cordelia, que no podía dejar de sonreír
por ser la esposa del Príncipe, como siempre soñó y tampoco podía
acostumbrarse a la joya que ahora envolvía su dedo, la familia al
completo, marchó a palacio mientras el pueblo celebraba y se
divertía. Ellos, sin embargo, se acomodaron en el sofá y se
pusieron a ver la tele tranquilos (sí, la tele, que nadie ha dicho
que la historia transcurra en el medievo o en el siglo 18).
FIN
Príncipe: Mi pareja.
Cordelia: Una servidora.
Reina: Lady Tremane (la Madrastra de Cenicienta) mezclada con una de las Hadas Madrinas de Aurora (Flora, Fauna o Primavera, de La Bella Durmiente).
Rey: Richard Griffiths (En Paz Descanse) mezclado con Mark Williams (Tío Vernon y el Sr. Weasley respectivamente en Harry Potter Y La Cámara Secreta).
Debby:
Bridget Shergalis (la chica de la foto).
Anillo: La rosa era de este tamaño, pero de delicada tela blanca y con un diamante en el centro de la rosa.
La base del anillo era como esta: Las tres arandelas separadas a distancias exactas una de la otra, de plata pura y sin unirse en a parte inferior.
†MuTяĆ